Existen dos líneas de evolución en los conceptos de ocio. Por un lado, desde hace unos años, está el ocio personal y privado, es decir, el entretenimiento que se consume de forma instantánea en momentos de aburrimiento o espera. En este campo, el mundo digital no solo nos ha atrapado, sino que consigue generar una adicción tan grande a causa de su acceso y resultado instantáneo, que esta razón lo hace un formato muy adictivo.
¿Quién no conecta con su terminal en una sala de espera o en el transporte público? O incluso en momentos más íntimos en su aseo. Aplicaciones, juegos, apps, perfiles de TV digital, etc.
Por otro lado, está el ocio social, un espacio para compartir experiencias, competir, mostrar habilidades, un ocio que busca una gratificación que no es tan inmediata, sino que busca aceptación de grupo, reconocimiento social, nivel de vida, estatus, etc., y que muchas veces, por no decir la mayoría, es de carácter previsivo, es decir, se organizan planes a largo plazo, conciertos, rutas naturales, partidos o eventos deportivos, etc.
En resumen, la evolución del ocio no tiene una sola dirección, digital o analógica, cada vez más ambas tienden a un mayor desarrollo. La tendencia a reducir la jornada laboral, sumada a la teórica mejora salarial y a una mayor esperanza de vida, hace que cada vez tengamos más consciencia sobre nuestra calidad de vida, que sin ninguna duda está relacionada con nuestro estado emocional y nuestro consumo de ocio de calidad. El ocio tradicional y el ocio moderno comparten futuro y están destinados a entenderse y combinarse.