El cambio en los hábitos del consumidor y las nuevas tecnologías han provocado momentos de incertidumbre, que han obligado a propietarios y operadores a adaptarse. A modo de ejemplo, cambios importantes han sido: la reducción de salas de cine, la adaptación de las superficies de los hipermercados a nuevas superficies de alimentación liberando espacio, la importancia del ocio y, por supuesto, el impacto del e-commerce en los últimos cinco años. Y pese a ello, se han seguido promoviendo y transaccionando centros comerciales.
En este momento, los centros comerciales están pasando por el mayor stress test de la historia. Y en este contexto, en principio negativo, los datos de afluencias y ventas, como también el número de nuevos contratos de arrendamiento y los contratos de renovaciones siguen una tendencia positiva. Si podemos demostrar una evolución positiva de los activos pre y post pandemia, tendremos muy buenos argumentos para atraer el interés de inversores, operadores y financiadores.
Es un hecho que la inversión en centros comerciales a menudo remunera más el capital que en otros sectores, como, por ejemplo, el logístico, tan en auge en los últimos tiempos. Así, puede existir un diferencial de unos 200 o 300 puntos básicos entre los dos sectores y es mayor aún comparado con el bono.
No creemos en el apocalipsis retail. Yendo de la mano con los operadores y analizando nuevas ideas disruptivas, tenemos por delante unos retos apasionantes en el sector y oportunidades en un tipo de activos comerciales que sigue teniendo futuro.